o diezmados por los bárbaros,
los bosques van desapareciendo
como hojas del pensamiento.
Y algo nos expulsa ya de los pocos que quedan
como a indeseables criaturas
que se volvieron incapaces
de armar en ellos su tienda.
Hemos perdido la morada más propicia
entre todas las casas del pensar,
la morada que entre otras cosas nos guardaba
dos fundamentos ciertos:
el no pensar que piensa
y el pensar que no piensa.
Hemos perdido las mareas del silencio,
el tamiz de silencio de las hojas,
la forma material del silencio,
el tinte del pensar del silencio
y hasta el pensar del silencio.
Sólo nos queda alzar el propio bosque,
poniendo en lugar de los troncos,
las ramas y las hojas,
este follaje entreverado
de palabras y silencio,
este bosque que también guarda músicas secretas,
este bosque que somos
y donde también a veces canta un pájaro.
Sólo nos queda alzar el propio bosque
para cumplir el rito imprescindible
que completa la vida:
retirase al bosque
y recuperar la soledad.
Y retomar así el largo viaje.
Roberto Juarroz
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