
Philip Roth, que cumplirá 75 años este mes, es uno de los escritores estadounidenses vivos más importantes y eterno candidato al Nobel. Muchos de sus libros tienen como protagonista a su álter ego Nathan Zuckerman, que vuelve a aparecer en su última obra, Sale el espectro, recién publicada en España por Mondadori y La Magrana, y en la que regresa a Nueva York tras muchos años de aislamiento en un pueblecito.
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¿Teme sentirse avergonzado?
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¿Teme sentirse avergonzado?
Zuckerman desea a una chica joven y eso le da vergüenza... Hoy en día, no tienes prácticamente forma alguna de destruir tu reputación. Tendrías que ponerte a hacer alguna bestialidad en los escaparates de unos grandes almacenes... De todas formas, la joven Jamie es inaccesible para Zuckerman no sólo a causa de su diferencia de edad, sino también por sus dolencias físicas. Zuckerman sabe que su deseo está basado en una imposibilidad. Pero el patetismo es que, aunque para él todo está acabado, no puede suprimir el deseo. Yo no sabía nada de la vejez, porque no sabes nada hasta que llegas y empiezas a ver los estragos del tiempo, las pérdidas y el sufrimiento. Y se ha convertido en uno de mis temas, aquí, en El animal moribundo, en Elegía...
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¿Es el fin de Zuckerman?
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¿Es el fin de Zuckerman?
Sí.
¿Por qué ha querido acabar con su personaje más famoso?
No tenía el deseo de terminar con él. Sucedió sin más. Cuando empecé el libro, no pensé que iba a ser el último. Al principio, lo único que había era la idea de regreso a Nueva York. ¿Conocen la historia de Rip Van Winkle, el cuento de Washington Irving? un hombre que se queda dormido durante veinte años y luego se despierta. Eso es lo que le ocurre a Zuckerman al regresar a la ciudad. Tuve que descubrir lo que él descubriría, lo que vería, cómo sería la gente... Él, que todavía vive en la época de la máquina de escribir, y se encuentra a personas hablando solas por sus móviles.
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¿Ahora vive en Nueva York?
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¿Ahora vive en Nueva York?
Antes pasaba en el campo dos tercios del tiempo, creo que ahora los pasaré aquí. He vivido en el campo desde 1972. En un sitio alejado, muy bonito, silencioso. Me gustaba el modo en que podía escribir estando allá. No tenía ninguna distracción. Ni siquiera compañía. Trabajaba todo el día, y por la noche leía o veía un partido de béisbol. Lo estupendo era que el libro nunca me abandonaba. Si trabajas a diario de esa forma, las páginas se te acumulan. ¿No pensaba que de ese modo se perdía la vida? Sí, es indudable, sacrificas algo si vives de ese modo. Tal vez por eso ahora he bajado a Nueva York, y he encontrado un apartamento. En realidad, sólo vuelvo al campo si hace buen tiempo. Pero aquí tengo incluso los mismos muebles, el mismo escritorio, la misma silla, el mismo atril... He comprado lo mismo.
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